Marruecos / Redacción:
“Miré la parte inferior de mi cuerpo y empecé a gritar”, así recuerda Said Yahia, un joven de 24 años, el aterrador momento en que se percató de que había perdido ambas piernas tras el devastador terremoto que asoló Marruecos el 8 de septiembre.
Said se encontraba cenando con su familia en su casa en Tamatert, una aldea a unos 100 kilómetros al sur de Marrakech, cuando el terreno comenzó a temblar. Al percatarse del peligro, toda la familia salió corriendo, pero el hijo de Yahia, de apenas un año y medio, quedó atrapado en el interior de la vivienda. Acompañado de sus hermanas y hermano, Said entró a rescatar al niño. Logró sacarlo a tiempo, pero una roca cayó sobre él, aplastando sus piernas y, en su trayectoria, golpeando mortalmente a su hermano.
“Fue mi mujer quien me dijo que me habían cortado las piernas”, dijo Yahia desde su cama en el Hospital Universitario de Marrakech. “En ese momento, yo no era consciente de que había perdido las piernas. Tenía a mi hijo en los brazos y eso era lo importante”.
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Tras el incidente, Said fue llevado por su primo Abdelaziz Aoussam y otros familiares a pie durante varios kilómetros, antes de encontrar una camioneta que los llevó hasta Oumnass. “Fue difícil porque la ruta quedó cortada y tuvimos que despejarla con nuestras propias manos”, explicó Abdelaziz. El traslado al hospital de Marrakech tomó seis angustiantes horas debido a las obstrucciones en el camino.
Al llegar al hospital, Said fue atendido inmediatamente y más tarde trasladado a Marrakech, donde ha estado recibiendo tratamiento. Según Lahcen Boukhanni, director del Hospital Universitario de Marrakech, han recibido aproximadamente 1,200 heridos en una semana. “Ahora es momento de trabajar en la salud mental”, señaló Boukhanni, anunciando la creación de una unidad de acompañamiento psicológico.
Más de una semana después del terremoto que ha dejado más de 2,900 muertos y miles de heridos, Said enfrenta el desafío de adaptarse a una vida con discapacidades severas. “Ahora me siento como si fuera un recién nacido que no puede hacer nada”, confesó.
Con la incertidumbre de cuándo será dado de alta, Said teme el regreso a su aldea, ubicada a 2,300 metros de altitud y con solo 200 habitantes. “Vivo en un lugar remoto en medio de las montañas y no sé qué va a ser de mí. Mi vida va a cambiar, pero no pienso en eso”, afirmó. “Lo que importa hoy es que sigo con vida”.